"Mi amigo Rachid y el pueblo de los pozos secos"


A Rachid

lo conocí en el viaje que hice con mis tíos a Mali. Era un niño de mi edad, aunque parecía más pequeño, porque estaba un poco canijo. La ropa le quedaba grande. Tampoco era muy extraño, porque nada de lo que llevaba era de su talla: una camiseta XXL del barça, unos pantalones cortos que le quedaban por debajo de la rodilla y unas chanclas del número 45, por lo menos…. Pero Rachid era capaz de jugar al fútbol con aquellas chancletas de goma sin caerse y hasta de meter goles con ellas! Decían que ahora no las rellenaba, pero que dentro de unos años, ya le irían bien. Yo cambio de bambas cada 3 meses y no entiendo cómo se puede conseguir una cosa así: si dentro de unos años vuelvo a ver a Rachid con las mismas chanclas, le propondré que vayamos a inscribirle en el libro de los records guiness. Mi madre dice que yo también estoy para que me pongan en ese libro, pero por lo contrario. También dice que si supiera cómo hacerlo para que no cambiara tanto de bambas, seguramente ya habría ahorrado dinero suficiente para comprarse un billete de avión a las islas Canarias. Claro que, hasta que volviera a ahorrar para el billete de vuelta, igual habrían pasado unos años, y yo habría tenido que pasar parte de mi adolescencia sin madre. Así que creo que casi es mejor seguir rompiéndolas jugando a fútbol...
Pero no estábamos hablando de mí, sino de Rachid.

El día que lo conocí, veníamos de visitar la Mano de Fátima, unas montañas que tienen eso, la forma de una mano. Fátima en realidad era la hija de Mahoma, y todos dicen que era una mujer perfecta. Aunque no se puede decir lo mismo de su mano de piedra... Además, cuando te pones a contar, ¡resulta que le faltan dedos! La Mano de Fátima es muy conocida entre los escaladores de todo el mundo. Por eso mi tío la conocía, porque de joven había sido escalador, aunque ahora, como él dice, a la montaña sólo va de visita, porque ya está un poco oxidado. Así que después de visitarla, continuamos nuestro camino en coche.
La carretera en esta zona era muy buena, cosa rara, por cierto. Recuerdo que era de color negro intenso, parecía recién asfaltada. A los lados sólo se veían kilómetros de tierra y, de vez en cuando, alguna montaña que aparecía como una seta. Cuando ya llevábamos un buen rato por este camino tan soso, vimos un cartel enano, con un nombre escrito a mano que no recuerdo, y que señalaba hacia adentro. El frenazo que pegó mi tío nos sacó de golpe del aburrimiento! Giró a la izquierda y nos adentramos en una pista. Al final se divisaba un puntito marrón, que luego fue una mancha, y después un grupo de casas: era el pueblo de Rachid. Paramos el coche. El termómetro marcaba 49 grados. Nos pusimos las gorras, las gafas, cogimos varias botellas de agua y salimos a hablar con los señores que se nos habían ido acercando. Rachid y yo enseguida nos hicimos amigos. Mis tíos tenían curiosidad por saber de dónde sacaban el agua en aquel lugar tan árido y marrón, y los más mayores les explicaron que en el pueblo tenían dos pozos, pero que estaban vacíos. El primero lo habían construido hacía muchos años, y se había secado al poco tiempo. Entonces una ONG les ayudó a construir un segundo pozo, pero era tan profundo tan profundo, que se les terminó el dinero antes de llegar al agua. Cuando nos dijeron lo que medía aquel pozo, mi tío no se lo podía creer, y empezó a medirlo con una cuerda. Al ser tan hondo, sus 45 metros de cuerda también se acabaron antes de tocar el fondo, y tuvieron que empalmarle un cordel en el extremo para seguir midiendo. Cuando por fin llegaron al final, se dieron cuenta de que sólo faltaban unos centímetros para marcar... 65 metros!! La pregunta fue: "entonces, ¿dónde conseguís el agua???" Pues de una montaña que había al lado. Cada día tenían que subirla para sacar agua de un pozo que había arriba y volverla a bajar, unas veces, con el agua a cuestas, y otras, con unos burros que andaban por las piedras como si fueran cabras montesas. Y por lo visto, todo este esfuerzo se lo podrían ahorrar si alguien les ayudara a excavar los 5 metros que faltan para terminar el pozo del poblado...

Antes de despedirnos, Rachid me contó su secreto: me dijo que él es bueno jugando a fútbol porque la montaña le ha puesto las piernas fuertes... y que con unas bambas como las mías sería capaz de meter tantos goles, que seguramente ya lo habrían fichado en la selección nacional de Mali!

1 comentario:

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